miércoles, abril 15, 2009

El mundo feliz veinte años después de 1984





El mundo feliz veinte años después de 1984
Por Diego Levis, doctor en Ciencias de la Comunicación. Autor de “La pantalla Ubicua.
Comunicación en la sociedad digital”

Todos los jueves a la tarde, desde hace más de treinta años, Marita Sanz sale con
un grupo de amigas a tomar el té. Hasta que lo cerraron se reunían en el Petit Café,
una legendaria confitería de la avenida Santa Fe frecuentada por “bienudos”
presuntuosos a quienes el lenguaje popular bautizó como “petiteros”, palabra hoy
en desuso que décadas atrás se asociaba a hombres de vestir atildado y actitud
petulante.
A Marita y a sus amigas les gustaba refugiarse en aquel espacio glamoroso que las
remitía a los modos y formas de la infancia. Cuando el Petit Café cerró sintieron
que se les iba una parte de su vida. Durante un tiempo bastante prolongado se
reunieron en La Biela, en donde nunca se sintieron cómodas. Cuando una de ellas
propuso juntarse en el Patio Bullrich, Marita aceptó a regañadientes. Ir a tomar el té
en un centro comercial le parecía de mal gusto. Pero no dijo nada. Después de
todo, pensó, es un lindo lugar, como de otro país, se dijo.
El primer día no pudo resistir la tentación, y antes de encontrarse con sus amigas,
entró en un negocio y compró un vestidito para una de sus nietas que acababa de
cumplir cinco años. Eso la hizo llegar tarde a la cita. Al jueves siguiente llegó al
shopping una hora antes de la hora fijada para el encuentro para poder mirar
vidrieras tranquila y se encontró con dos de sus amigas. Una se estaba probando
zapatos y la otra acababa de comprarse un suéter de cachemir. Ahora muchas
veces en lugar de sentarse a charlar aprovechan que el jueves es día de estreno y
entran en una de las salas de cine a ver una película. A veces Marita recuerda con
nostalgia el Petit Café pero reunirse en el patio Bullrich también le gusta, le resulta
entretenido y seguro.
Las ciudades se han trasformado, sus espacios públicos han cambiado, los lugares
de encuentro y de paseo son otros, al igual que los hábitos de sus habitantes. En
las plazas juegan pocos chicos y está casi olvidada la vieja costumbre de reunirse
en el café con la barra de amigos a dejar pasar las horas jugando al truco y al
domino. Los picados en el potrero empiezan a ser el recuerdo de pelotas sin patear
y goles nunca vividos. Para hacer deporte no basta con ponerse una remera
cualquiera y un par de zapatillas, las empresas de equipamiento deportivo se han
encargado de hacernos creer que jugaremos mucho mejor por usar tal o cual
marca, cuyo precio estará en relación directa con la inversión publicitaria que la
apoye.
Cada vez más chicos se juntan en los cybercafés a jugar con videojuegos y más
personas se conocen y comunican a través de Internet. El teléfono móvil se ha
transformado para muchos en una suerte de prótesis sin la cual se sienten
perdidos, aislados. Ver televisión ya no es gratis y para viajar contratamos servicios
especializados que nos sugieren adonde ir. Los sábados, domingos y feriados por
los coloridos y ruidosos pasillos de los macro shopping centers que pueblan
ciudades y aledaños pasean numerosas familias y grupos de jóvenes que han
hecho de estos espacios cerrados su lugar de encuentro y de entretenimiento. El
cine es la película pero también es el pochoclo y la gaseosa a precio de Hollywood
que se compra a la entrada de la sala, y es el disco con la banda sonora, el DVD, el
videojuego, el programa de televisión y el sitio web, es el libro, los gadgets y las
entrevistas promocionales, el perfume de la actriz principal y la ropa que usa el
actor. Un evento mediático, social y comercial para cuyo completo disfrute,
además de dinero, debemos dedicar tiempo, presencia inaprehendíble pero
absoluta cuyo transcurrir delimita todas nuestras experiencias

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